La pedagoga italiana María Montessori decía que “nunca hay que dejar que el niño se arriesgue a fracasar hasta que tenga una oportunidad razonable de triunfar».
¿Te imaginas un profesor de matemáticas, de sociales o de inglés que examine a sus alumnos de algo que no les ha enseñado?
Últimamente algunos padres me dicen que sus hijos ya practican el arte de la oratoria en la escuela. Sin embargo, al entrar en detalles, casi siempre resulta que se les exige que hablen en público pero no se les enseña a hablar en público.
Se habla tanto de la importancia de la oratoria y de las habilidades imprescindibles en el mundo profesional que muchas escuelas han empezado a practicar el debate, defensa oral de trabajos o lectura en voz alta. A muchos niños y adolescentes esta exposición en público les genera inseguridad porque no saben cómo prepararla o cómo superar la vergüenza que sienten delante de sus propios compañeros. Si no sale bien, la experiencia puede convertirse en un doloroso fracaso que no ayudará al estudiante a enfrentarse a nuevas oportunidades.
Lo mismo pasa en la empresa y en todos los demás ámbitos de nuestra vida: se supone que deberíamos poder dar un breve discurso en familia, presentar un proyecto o pronunciar un brindis tan tranquilamente. ¡Como si estas habilidades fueran innatas! No lo son. Necesitan entenamiento. Hay que conocer las técnicas. Y existen métodos didácticos muy eficaces para el aprendizaje y desarrollo de estas habilidades.
El buen maestro, prepara a sus alumnos para el triunfo y no para el fracaso. Sólo lo examina cuando le ha dado todas las herramientas para que pueda tener éxito ante el reto. Antes de someter un alumno a una prueba de expresión oral ante una audiencia, debería antes explicarle cómo preparar el contenido, cómo ensayar, qué técnicas aplicar para cautivar el público y conseguir su objetivo de comunicación.
Seguramente los alumnos que ahora se ejercitan en las aulas, tendrán más habilidades que todas las generaciones anteriores, huérfanas de oratoria. Sin embargo, el problema persiste. Se practica pero no se enseña; entre otras cosas porque los maestros son las primeras víctimas de las carencias del sistema educativo.
Y es que en oratoria, ¿quién prepara al maestro para que pueda tener éxito en la exigente tarea de enseñar? Los maestros también han sido alumnos y también tienen derecho a recibir el trato que defiende Montessori: no ponerlos a prueba hasta que tengan una oportunidad razonable de triunfar.