Los uniformes están presentes en nuestra vida más de lo que creemos, homogeneizando la diversidad e identificando jerarquías y subgrupos dentro de un colectivo homogéneo.
Sirven para “uniformizar”, unificar un grupo de personas, hacer que todas parezcan iguales a través de una apariencia común. Al mismo tiempo, tienen la misión de diferenciar a un colectivo de otro.
Una de sus utilidades más antiguas es la militar pues servía para diferenciar a los ejércitos. Así los soldados sabían quién era de su bando o del contrario, por lo tanto a quién debían defender o matar. Las equipaciones en los deportes tienen una función similar aunque lúdica: facilitan la distinción entre el equipo propio y el rival, tanto a los deportistas como a los espectadores que lo presencian en un recinto a gran distancia o lo ven en televisión.
Un uniforme puede dar además información de las diferencias que existen dentro del mismo colectivo, por ejemplo las jerarquías. Es el caso de los cuerpos de seguridad, todo tipo de policías y organizaciones jerárquicas. Esta información es muy útil tanto para las personas ajenas al cuerpo como para los propios integrantes que así pueden saber siempre la categoría de la persona que tienen delante.
En la escuela y en el trabajo.
Los uniformes escolares, en cambio, tienen la virtud de evitar diferencias demasiado evidentes entre los niños, especialmente ocultar el poder adquisitivo que se podría reflejar en la ropa. Por esta razón, el uniforme escolar en algunos países es obligatorio y es el mismo en todas las escuelas del país. Se intenta así reducir las diferencias sociales, por lo menos en cuanto a la imagen.
En nuestro país el efecto del uniforme puede ser el contrario porque no es habitual en la escuela pública. Sí en cambio, en algunos colegios privados y en algunos de élite y acaba siendo, a veces, un signo de clase social.
Muchos padres le ven ventajas de otro tipo, por ejemplo evitar discusiones sobre lo que se ponen los niños y adolescentes. Además, llevar uniforme evita tener que pensar en qué ropa comprar y, según muchas familias, representa un ahorro importante. En contra está el argumento de los alumnos que con frecuencia reclaman el derecho a elegir su aspecto y a vestir también según su personalidad o sus preferencias.
Los defensores del uniforme en el trabajo aducen que transmite profesionalidad.
Cuando vemos a un profesional con uniforme recibimos en una sola imagen varios mensajes a la vez, y todos ellos muy importantes, que harán que nos dirijamos a este profesional de una manera o de otra. Por el uniforme sabemos
- Cuáles son los valores de la compañía, que se transmiten a través de los colores y del diseño de este uniforme, entre otras muchas cosas.
- Que es miembro de la compañía y esto me da una cierta tranquilidad (si confío en ella, claro).
- Que forma parte de un equipo.
- Qué tipo de servicio que te puede ofrecer.
- Cuál es su nivel en la jerarquía.
- Me permite distinguir a estos empleados de otros clientes como yo. Así no me confundo y sé a quién tengo que dirigirme.
Hay muchas profesiones que tienen que vestir determinadas prendas por razones higiénicas y de seguridad. Las pautas no solo afectan a la ropa sino también al pelo, las uñas y los complementos. Este es el caso, por ejemplo, de los profesionales de la hostelería o de la sanidad.
Además, en el caso de los médicos, la bata (o el “pijama” cuando están en el quirófano) da tranquilidad al paciente y a los familiares, inspira confianza. También les confiere una autoridad profesional, especialmente si tienen que dar un diagnóstico, instrucciones de curas o incluso malas noticias: el uniforme junto con una identificación les acredita para llevar a cabo su tarea.
Uniformes voluntarios y obligatorios
Hay uniformes impuestos que denigran a quien los lleva. El de los presidiarios, a parte de cumplir con todo lo que hemos dicho anteriormente, sirve también para despojar de identidad a los presos, que pasan a ser un número. Dejan todos sus objetos personales y se suman a un grupo. En este caso es una forma de control y de presión.
Otras indumentarias parecen voluntarias, aunque con frecuencia se adoptan por la presión social o del grupo al que queremos pertenecer. El mimetismo en el aspecto es una forma de no levantar sospechas o de integración en un colectivo que hace de su aspecto una seña de identidad. Este es el caso de determinados gremios profesionales (diseñadores, informáticos, publicitarios, etc.) o de “tribus urbanas” como los mod, skinheads, punks, etc.
La globalización hace que la forma de vestir occidental, bien en su versión más formal bien en la más casual, sea cada vez más aceptada en todas las culturas y especialmente utilizada en los negocios y en la política. Así, vistiendo unos estándares de apariencia, adoptamos una indumentaria globalizadora.
Sin embargo, un fenómeno paralelo tiene lugar en los países occidentales: la convivencia de distintas religiones y culturas en un mismo país o ciudad. Es un reto de las sociedades avanzadas encontrar la fórmula para poder conciliar una indumentaria profesional, con los signos de identidad individuales y de grupo, muchas veces relacionados con la religión o la etnia de los individuos.