Nuestra imagen condiciona nuestra vida

Nadie puede despojarse de los atributos que le confieren su ropa y su aspecto. Incluso si decidiera ir desnudo sería esclavo de su imagen.
Sin duda el aspecto de cada uno de nosotros influye en el impacto que producimos en los demás y en las relaciones que podremos establecer después de este primer contacto. 
La forma de arreglarnos anuncia a nuestros congéneres qué opinión tenemos de nosotros mismos, cuál es nuestro estilo de vida, a qué aspiramos, la importancia que damos a la opinión de los vecinos, a qué grupo social nos queremos integrar y cómo queremos que nos vean .Y además informa de la ideología que tenemos, de la educación recibida y de los conocimientos que tenemos acerca de moda o temas estéticos. Según como utilizamos el lenguaje de la indumentaria, seremos más rebeldes o más integrados, tendremos una vida sexual u otra, un tipo de pareja u otra, un trabajo más o menos valorado socialmente, seremos admirados o marginados.
Hay partes invariables de nuestro aspecto, como la raza, la altura o el sexo que no podemos modificar. En este sentido, estamos sometidos a nuestro legado genético. Pero mediante los elementos electivos como la ropa, los complementos o los artificios cosméticos, podemos incidir de forma determinante en la idea que los demás se llevarán de nosotros decidiendo los mensajes de tipo emocional y social que vamos a emitir. Este significado llegará a través de la vista e impactará emocionalmente en la persona que nos ve.
Todo esto es sabido incluso por los que infravaloran el poder de este lenguaje. Lo que quizás no es tan conocido es por qué, aunque sea involuntariamente, nuestro aspecto es tan importante en las relaciones y condiciona nuestras vidas.
Cuando vemos a alguien la información visual llega instantáneamente al cerebro. Aunque no es la única fuente de información, tiene un alto valor, dado que la vía de percepción visual es muchas veces la primera, incluso la única, que se activa. Además, ante los estímulos que recibimos, reaccionamos a dos velocidades: una vía rápida más emocional e inconsciente y otra más lenta, racional, con la que pensamos acerca de lo que hemos sentido y racionalizamos las emociones.
Por lo tanto, ante la visión de alguien, la reacción emocional es inmediata. Si es positiva, estaremos mucho más predispuestos a la relación, a confiar en esta persona y a estrechar los lazos de amor, de amistad o profesionales. Sólo la intervención posterior de la “razón” nos permitirá analizar toda esta información.  La razón nos ayudará a decidir cómo tenemos que actuar en cada caso. Quizás tendremos que disimular la impresión negativa (o positiva) que nos ha causado esta persona, quizás tendremos que frenar ciertos impulsos, como el deseo, la agresividad, la autoprotección, etc. Pero las flechas de las emociones han sido más rápidas y será difícil contrarestar el efecto de sus heridas. ¿Cuántas veces hemos hecho caso omiso de la razón y nos hemos guiado por la “intuición” sólo porque nos resultaba más agradable y placentero?
El mensaje, aunque instantáneo, es de una gran complejidad, debido a la gran cantidad de información que aportamos con nuestro aspecto. Pero también complican la situación las múltiples posibilidades de interpretación por parte del receptor, según sus propios criterios, su educación, sus orígenes, su clase social, sus aspiraciones, etc. No lo tenemos fácil.
Por todo ello la gestión oportuna de la imagen es una de las habilidades que conforman la inteligencia social. Cuanto más dominemos este lenguaje, más control tendremos sobre las relaciones que establecemos.

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