No solo un bofetón nos puede herir en el alma. Sin llegar a tocarnos, hay gestos que nos lastiman, humillan o nos hacen poner en tensión. A veces es difícil saber reaccionar serenamente y es que las ofensas silenciosas son más difíciles de contestar: al emisor siempre le queda la posibilidad de negar que sus gestos tengan el significado que el receptor les da. A veces son rápidos, sutiles, ambiguos, difíciles de concretar o describir, de ahí su gran poder de irritación.
Aquí tenemos algunos:
• Los que ignoran: silencio por respuesta, mirar hacia otro lado evitando el contacto visual.
• Los que desaprueban: silencio que significa «me callo para no decirte lo que pienso»,mueca de asco, rictus de incredibilidad o escepticismo, etc.
• Los provocadores: taparse los oídos, los emblemas de felicitación en sentido irónico, etc.
• Los de rechazo: mano que sacude imaginariamente lo que alguien ha dicho, mirar a otro lado, etc.
• Los insultos gestuales: corte de manga, dedo impúdico y muchos más.
• Los arrogantes y de autoridad: puñetazo en la mesa, mirar por encima del hombro, por encima las gafas, manos en los bolsillos, pies en la mesa, manos en la nuca, etc.
Esta lista solo es una muestra del vasto repertorio de señales negativas que podemos enviar consciente o inconscientemente, con toda la mala intención o inocentemente. Evitarlos nos ahorrará conflictos cotidianos en casa, en el trabajo y en la calle. Aunque nos parezca que estamos en nuestro derecho de expresarnos libremente, cualquier leve expresión que pueda herir a otra persona provocará un deterioro en la relación, porque a nadie le gusta sentirse despreciado. La palabra asertiva, en cambio, será una forma de construir relaciones más sólidas y agradables.