Esta es la frase que he escuchado cientos de veces por parte de ponentes centrados en el contenido.
Ser experto permite no decir barbaridades, dar información veraz, contestar preguntas.
Pero igual que hacer deliciosos pasteles no significa saber venderlos, tener un buen contenido no es sinónimo de ser didáctico, de convencer, de conectar con tu público.
Pensar que si sabes de lo que hablas no hace falta prepararlo, que puedes improvisar y que tus palabras van a obtener el resultado que deseas es un error de percepción.
Cuando no sabes que no sabes vives feliz y engañado. Y pones tus energías en lo que crees más importante.
Pero a nuestro alrededor podemos ver constantemente mensajes diseñados y elaborados para influir en nuestra mentalidad, compras, conducta… No pienses que esto se aplica sólo a las marcas grandes, a la venta de productos o a la política.
No. En los cursos de oratoria enseñamos muchas de las técnicas del marqueting actual, para que puedas aplicarlo a tu mensaje y a tu propia marca personal.
Porque no se trata sólo de «decir» algo importante sino también de «venderlo». Y no creas que por el sólo hecho de estar allí, vas a tener presencia e impacto. No: te lo tienes que trabajar: igual que un bote de salsa boloñesa compite entre otros parecidos en el lineal del supermercado. Compramos el producto, pero elegimos el que mejor sabe venderse y captar nuestra atención.
¿Cómo vendes tu mensaje y cómo te vendes tú?
Piensa siempre en estas dos direcciones. Una sin la otra no tiene recorrido. Se quedarán cojas.
Por eso, aprender técnicas de persuasión y de márqueting, preparar una estrategia mínima y saber estar en el escenario es conocimiento tan útil como lo que sabes del tema.
La seguridad para hablar en público no está en dominar el tema, sino en saber cómo convencerás a tu público, porque este es tu objetivo final.
Saber no es igual a convencer.