El rostro social es la expresión facial que utilizamos para adecuarnos a cada situación de comunicación, según las exigencias sociales o según nuestros intereses, independientemente de los pensamientos o emociones que tengamos en este momento.
Para tener controlado este “animal” que todos llevamos dentro hemos pasado por un proceso de socialización y de refinamiento que se ejerce a distintos niveles:
- Capacidad racional para controlar los impulsos más primitivos
- Gestión de las emociones
- Aprendizaje de normas sociales de conducta que llamamos buenas maneras, buena educación, urbanidad, cortesía o protocolo.
Has aprendido desde los primeros días de tu vida a actuar tal como intuías que los demás querían que actuaras: para no tener problemas, para ser aceptado, para seguir los patrones dominantes, para no defraudar y para que los demás se sintieran orgullosos de ti. Has sido moldeado, “educado”, para socializarte adecuadamente. Has construido tu rostro social. Todos creamos un repertorio de habilidades que nos permitirán, como a los camaleones, adaptarnos a cada situación con el fin de salir no sólo indemnes de toda relación sino también aceptados y, si puede ser, gloriosos. Es cuestión de supervivencia.
¿Cuándo lo utilizas?
- En una entrevista de trabajo, procuras dar la mejor imagen y transmitir seguridad aunque estés muy nervioso.
- Si eres una persona muy tímida, al hablar con alguien que te gusta, quieres parecer simpático, decidido y seguro de ti mismo…
- Por respeto, no te ríes de la gente a la cara cuando dicen un disparate, se equivocan, se caen, etc.
- En un ascensor o por la calle pones una cara neutra cuando no deseas interaccionar.
¿Disimular o maquillar las emociones es mentir?
La socialización exige que camuflemos muchos de los sentimientos que no podemos evitar. Con mucha frecuencia tenemos que mostrarnos de forma distinta a como somos. Las razones son tan variadas como las situaciones que las provocan: aparentar una personalidad, disimular una intención, falsear una relación, simular una emoción, etc.Todos somos mentirosos. O, si lo prefieres, todos somos actores por necesidad. Nuestro deseo de ser aceptados nos conduce a maquillar, a veces con varias capas, nuestro auténtico ser.
¿Hipocresía o diplomacia?
Hacer siempre lo que uno desea, expresar sin filtro las emociones y decir siempre lo que se piensa, bajo el argumento de la sinceridad y honestidad, no es la mejor forma de engrasar la maquinaria de las relaciones sociales y profesionales y puede dañar las relaciones personales más estrechas. La falta de control sobre el “rostro social” podría conducirnos al fracaso profesional y al rechazo social. Si no lleváramos a cabo muchos de los esfuerzos por camuflar nuestras emociones, quizás la vida en sociedad sería insoportable.
Por eso todos aplicamos una cierta dosis de “diplomacia” en las relaciones cotidianas: tenemos que aceptar que todos somos “mentirosos” en mayor o menor grado.
A pesar de ello, puede ser bueno romper este comportamiento social…
- Cuando se quiere expresar disconformidad claramente con una situación y mostrar rebeldía.
- Para abrirse emocionalmente a los demás en una circunstancia importante: no contener las lágrimas en un momento de intensidad emocional.
- Para acercarse a las personas de manera auténtica y sincera en determinadas ocasiones.
Poner la cara adecuada en cada situación según las pautas sociales y manteniendo el respeto a los demás es positivo para una convivencia agradable y en paz. Pero podemos combinar esta actitud social con la expresión sincera de emociones que no dañen a los demás y con la práctica de una comunicación asertiva que nos permita defender opiniones e intereses. Utilizar el rostro social no quiere decir mentir claramente, someterse a todo ni reprimir todas las emociones.