Cuando era una niña y quería controlar a mi hermano (3 años menor que yo) o quería dominar en el juego con las amigas, mi abuela me decía “eres una sargento”. Evidentemente, esto sonaba a gran defecto que tenía que corregir.
Lo curioso es que mi abuela materna era una mujer recta, valiente, con autoridad y las ideas muy claras. Quizás yo estaba aprendiendo de ella. Mi abuelo era mucho más dócil y se amoldaba a todo. Y creo que esta situación ha sido muy frecuente en nuestra sociedad. Y se refleja con frases como “quien lleva los pantalones es ella” reconociendo una realidad, pero no exenta de machismo.
Las mujeres han mandado mucho en el ámbito doméstico y muchas veces lo han hecho a través de un liderazgo sutil, porque era la única forma de conseguir lo que querían. Pero se ha castigado la imagen de mujer fuerte “de armas tomar”, “mandona”, “sargento” con calificativos que nos obligan a interpretar papeles más dulces, tiernos, dóciles, especialmente fuera de los límites de la privacidad familiar.
Por eso, muchas mujeres todavía hoy arrastran inconscientemente una idea de sí mismas y un estilo de comunicación que les impide que se vean a ellas mismas como directivas o que no se expresen con la misma asertividad que suelen hacerlo los hombres en la empresa.
Estos dos factores, entre otros, influyen en la permanencia del techo de cristal. Porque ni nosotras sentimos el deseo de ocupar cargos directivos, ni nos vemos en el papel ni desarrollamos las técnicas comunicativas para tener más autoridad.
Es decir, ni nos vemos liderando ni damos la imagen adecuada para que se nos ofrezcan los puestos de más responsabilidad.
A esto, podemos añadir un exceso de modestia (no nos creemos merecedoras del ascenso), una autoexigencia muy alta (nunca creemos estar preparadas) o el miedo a provocar conflictos en el entorno o incluso en casa (mejor no destacar demasiado ni generar envidias).
Hay muchos factores externos que provocan la desproporción en la presencia de mujeres en las cúpulas directivas. Pero también tenemos que analizar las causas que están en nuestro propio comportamiento. Del que no somos culpables, sino víctimas.
Para superar estos escollos hay un proceso necesario:
- Autoanálisis
- Definición de objetivos profesionales
- Cambio de comportamiento y de estilo de comunicación
Esto es posible y tenemos que ayudarnos mutuamente a conseguirlo.
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